Una falacia es un tipo de argumento que parece verdadero pero que es falso. Aparenta consistencia lógica, pero nos lleva al huerto. Uno de los más conocidos (y más usados en los debates políticos, por ejemplo) es el llamado ad hominem, el que pretende refutar una opinión atacando a la persona que la mantiene: ¿Cómo me dice usted que el alcohol es nocivo, si usted bebe?
Estamos rodeados de falacias, por eso, es bueno saber reconocerlas. Una de las que más nos afecta a los padres es la conocida como ex populo, que apela a lo que piensa o hace la mayoría para justificar una opinión o una acción. Nuestros hijos, sobre todo, los más mayores la utilizan con maestría: es que todos tienen, es que todos van, es que a todos les dejan… Sin ser grandes expertos en lógica, nos convencen a la primera de cambio; más que todo porque nos dejamos convencer, porque darle la vuelta a un argumento necesita un sobreesfuerzo y nos suelen pillar cansados.
El argumento ex populo es el más utilizado para conseguir que los padres dejen salir de juerga a sus hijos y, por lo que parece, cumple a la perfección su cometido de hacer que parezca verdadero un argumento falso. Pero existe otra falacia, ya no utilizada por los hijos, sino por los padres, que no está recogida en los manuales de Lógica, y que nosotros llamamos falacia de la bala de fogueo.
Sabemos que muchos de los adolescentes y jóvenes que salen por la noche beben y se emborrachan, y que corren otros muchos riesgos; sin embargo, inconsciente y, a veces, ingenuamente, creemos, porque necesitamos creer, que nuestro hijo o hija no beberá, no se emborrachará, no mantendrá relaciones sexuales, no se peleará, no tendrá un comportamiento incívico… Entonces, nos inventamos una nueva falacia.
Así como en los antiguos pelotones de fusilamiento, uno de los fusiles estaba cargado con una bala de fogueo con el fin de que la conciencia de cada tirador se quedara tranquila, del mismo modo, cuando nuestros hijos salen de marcha creemos que es nuestra recámara la que lleva la bala de fogueo. Todos salen, pensamos, pero nuestro hijo o nuestra hija no hace lo que todos hacen. Así creemos dejar tranquila nuestra conciencia: hemos apretado el gatillo, eso ya no podemos cambiarlo, pero nos queda la esperanza de que nuestra escopeta no estaba cargada con munición real.
De modo que nos creemos una falacia y su contraria, lo cual sólo se explica por ese miedo a ejercer la autoridad que nos corresponde como padres, por temor a nadar contracorriente, por ese dejarnos llevar por lo que hay. La educación de los hijos necesita de muchos ingredientes: tiempo, dedicación, paciencia, cariño, exigencia, pero ante todo es cuestión de lógica, entre otras cosas, para no incurrir en falacias como éstas